Domingo, 30 De Enero De 2011
Sunday 30 january 2011
¿Quiénes hacen la revolución?
Posted by Directorio de Noticias on enero 30, 2011 · Dejar un comentario (Editar)
Ola de cambio en el mundo árabe
- Revolución democrática en Egipto
- Egipto se pone en manos de los militares
“No dispararemos contra el pueblo; si nos dan la orden, la desobedeceremos”, dice un oficial en El Cairo
- El vacío de poder ha degenerado en violencia y vandalismo
Son personas de todos los estamentos sociales, desde las clases más altas a las más bajas. Mujeres, niños, adolescentes, estudiantes de medicina o activistas de derechos humanos, camareros o farmacéuticos, también hay una gran mayoría de parados.Se han echado a la calle para pedir que les devuelvan su país. No tienen un perfil determinado y el Gobierno no es capaz de encasillarles.
Egipto A FONDO
- Capital: El Cairo. Gobierno: República.
- Población: 81,713,52 (est. 2008)
Han salido a la calle en todos los puntos del país y no piensan volver a sus casas hasta que aquello que anhelan: libertad, seguridad, bienestar, pan y democracia, logre instalarse desde Asuán hasta Alejandría, pasando por El Cairo.
Ellos nos cuentan sus historias, sus esperanzas y sus miedos.
- Yehi, 56 años, trabajador de un gimnasio. “Basta, basta y basta”.
Le cuesta decidirse pero al fin arranca a hablar mientras camina arriba y abajo por el pasillo del gimnasio donde trabaja, en un hotel de lujo del centro de El Cairo. “No creo que Mubarak sea un mal hombre. Hizo cosas bien.
Nos trajo la paz y acabaron los enfrentamientos con Israel”, explica nervioso sin dejar de moverse.
Aun le cuesta hablar, dice, son tantos años mordiéndose la lengua que la nueva situación de libertad en el limbo aún le supera.
“Lleva demasiados años en el poder y hace mucho que se ha olvidado de nosotros, que tenemos una precaria educación para nuestros hijos y vivimos sin la esperanza de poder prosperar”.
- Ramy, 24 años, activista por los derechos de la mujer árabe. Las gafas le caen sobre la nariz como a un intelectual y con su mochila a la espalda y su gorra parece un estudiante de la facultad de Letras, pero Ramy trabaja en la Liga de Mujeres Árabes, “más veces como voluntario que con contrato”, defendiendo los derechos de las féminas del país.
No le preocupa demasiado el dinero porque dice, aun no está pensando en casarse. Sin embargo, no le gustan muchas de las cosas que el régimen de Mubarak ha hecho durante estos 30 años.
Menciona la restricción de libertades: “La interrupción de Internet estos días es inconcebible en un país que no este gobernado por una dictadura”. Y la seguridad: “La tortura en las cárceles es sistemática. Bajo el Gobierno del rais no se respetan los derechos humanos”. Por eso cree que ha llegado el momento de que se vaya. “Nací en 1987 y no he visto otro presidente”, añade.
Mi familia es de una clase media que Mubarak ha hecho desaparecer. No es justo que nos mire desde lejos y no diga nada. No queremos ver la destrucción del país”.
- Hanna, 51 años, Ministerio de Información. Es una egipcia guapa. Vestida con clase, musulmana si hiyab (pañuelo islámico) y oculta tras unas gafas de sol.
Mientras hace fotos desde un coche que conduce su hija, una dentista de 25 años con la cabeza cubierta, explica que trabaja para el Ministerio de Información egipcio. No quiere dar muchos detalles sobre su vida, sólo que habla inglés y español y que no trabaja como periodista. “Durante años”, dice, “han pasado de largo las oportunidades de cambiar las cosas”.
“No veo futuro para mis hijos. Tengo dinero pero no tengo un lugar por donde pasear. Y hay más de 40 millones de personas en mi país que no tienen ni para comer”, apunta. “Ha llegado el fin y todos lo sentimos así”.
- Maha, 30 años, farmacéutica. “Cobro 600 libras al mes (80 euros) y no puedo llevar una vida digna”, explica Maha, una farmacéutica que milita en los Hermanos Musulmanes.
“No puedo ahorrar dinero, ni pagar una casa digna. Me gustaría casarme pero los jóvenes ahora no encontramos trabajo con facilidad y el tiempo se pasa esperando a ver qué sucede mientras la frustración crece”, lamenta. Maha asegura que aunque trabaja 10 horas en la farmacia a veces tiene que hacer horas en un laboratorio preparando inventarios para conseguir llegar a fin de mes.
“Y lo peor es que no podemos decidir. Durante las elecciones no nos dejaron ir a votar, detuvieron a nuestros candidatos, nos pegaron”, asegura. “Creo que no nos han dejado otra opción y que lo que ocurre es fruto de la represión que hemos vivido todo este tiempo. No hay derechos”, explica entrecortada. “Necesitamos libertad y eso sólo vamos a poder conseguirlo si el presidente se va de este país.
No nos sirve un nuevo Gobierno con él sobre la cabeza. Lo que hemos venido a exigir es que él y su estilo de gobernar salgan de nuestras vidas para siempre.
- Moussa, 42 años. En una solapa luce el escudo de los Estados Unidos y en la otra las banderas de Egipto y Francia entrelazadas.
El primero se lo puso por las palabras de Obama. “Las banderas las llevo porque queremos lo mismo que Francia: liberté, egalité, fraternité”, dice en un perfecto francés. Moussa es un cristiano de la escasa clase media que hay en Egipto. “Mubarak tiene 82 años, no puede mantenerse en pie, y no tiene poder para gobernar.
¿Y quiere dejarnos a su hijo? Cuando Gamal [Mubarak] se casó compró el anillo en Francia. Cuando tuvo un hijo se fue a Alemania a tenerlo. Eso es lo que hacen. Coger nuestro dinero y dejarnos en la estacada”, afirma. No dice en lo que trabaja quizás porque no se ajusta a lo que debería ser.
“Tengo dos masters, hablo seis idiomas y mi salario es de 220 euros. Mi madre tiene una pensión de 500 libras (65 euros) y su tratamiento médico cuesta 1.000. La familia de Mubarak tiene una riqueza que asciende a millones de dólares. No le pedimos nada. Sólo que nos deje vivir”.
“Es el día más feliz de mi vida”, gritaba un hombre encaramado a un tanque. El de ayer amaneció, sin duda, como un día feliz para millones de egipcios. La victoria de la revolución parecía al alcance de la mano. La multitud de la plaza Tahrir seguía exigiendo la dimisión del presidente Hosni Mubarak y el fin de la dictadura. Pero Mubarak no se iba. Al contrario, luchaba por su supervivencia política. Nombró un vicepresidente, Omar Suleimán, hasta ahora jefe de los servicios secretos y presunto hombre de transición, y un nuevo Gobierno. Mientras el desorden se extendía por un país sin policía y se acumulaban los muertos, decenas, tal vez un centenar, y menudeaban los saqueos, la felicidad de la mañana se combinaba al anochecer con la incertidumbre y el miedo al caos. El Ejército se mantiene mudo, pero los jefes de Estado de Reino Unido, Francia y Alemania piden a Mubarak que evite la violencia.
- Suleimán, el nuevo hombre fuerte
- Está claro que a Mubarak no le han abandonado sus aliados extranjeros
El único signo de normalidad fue el retorno de la telefonía móvil
En un proceso revolucionario abundante en contradicciones, esa era la más flagrante. ¿Podía el Ejército desobedecer las órdenes de su jefe supremo, Hosni Mubarak, presidente de la república y general de aviación? ¿Mantenía realmente Mubarak el control de la situación? ¿Intentaba solo ganar tiempo? ¿Era el descenso hacia el caos una táctica premeditada para que los egipcios pidieran la vuelta de la policía y el orden, aunque hubiera que soportar también la vuelta de la represión y la tortura? Ningún general se pronunció sobre la situación. Los tres presidentes egipcios (Nasser, Sadat, Mubarak) desde la caída de la monarquía, 60 años atrás, han salido del Ejército, lo cual da una idea de la influencia militar.
El vacío de poder, real o aparente, resultaba clamoroso. Tras su alocución televisiva del viernes por la noche, en la que advirtió de que la línea que separaba la libertad del caos era muy fina, Mubarak volvió al silencio de su palacio. Solo reapareció brevemente en televisión para mostrarse nombrando a Omar Suleimán como vicepresidente, una novedad en un régimen en el que durante 30 años solo había existido el faraón Mubarak y, por debajo de él, súbditos. Suleimán se perfilaba como el hombre de recambio, el hombre encargado de pilotar una hipotética transición. A algunos ciudadanos les parecía bien, aunque se hubiera encargado de los servicios secretos y, en último extremo, de la represión. El odio popular se concentraba en Mubarak, el Ministerio del Interior y la policía.
En la calle no existía otro poder que el de la multitud revolucionaria, que gritaba y gritaba y gritaba contra Mubarak, y el de los grupos, crecientes, que aprovechaban el vacío para incendiar y saquear. El viernes, los asaltos se dirigieron a la sede del Partido Nacional Democrático y las comisarías de policía, donde los manifestantes liberaron a los detenidos y prendieron fuego. Esa noche, algunos grupos violentos se dirigieron hacia el Museo Egipcio (que sufrió daños, pero no fue saqueado gracias a la reacción de otros ciudadanos) y hacia centenares de comercios y negocios. Bares y clubes nocturnos quedaron arrasados, acaso por grupos de orientación islamista. En general, los robos afectaron a negocios comunes: zapaterías, restaurantes, joyerías, farmacias. Lo mismo ocurrió en Alejandría y otras ciudades.
El único signo de normalidad fue el retorno de la telefonía móvil, las líneas, sobrecargadas, solo funcionaban a veces, pero funcionaban. Internet, en cambio, permaneció cerrado.
La euforia y la tragedia solo se distanciaban unos metros. En la plaza Tahrir se gritaba, se reía, se compadreaba con los soldados; hombres, mujeres y niños disfrutaban del momento. En esa misma plaza se registraban ocasionales disparos de francotiradores desde el Ministerio del Interior. Y en el patio de una mezquita que casi se asomaba a la plaza se acumulaban los heridos, varios de ellos de balas. La plaza Tahrir era un microcosmos de una ciudad de 20 millones de habitantes y de un país de 80 millones de habitantes, balanceándose entre la sensación de libertad y el horror del caos, entre la esperanza y el temor, zarandeados por los rumores más diversos.
Era imposible conocer el número de muertos y heridos. La televisión oficial habló de unos 40 muertos y de más de un millar de heridos. Fuentes médicas elevaban la cifra hasta el centenar de fallecidos. Ante la ausencia de Gobierno (el antiguo había sido destituido, el nuevo aún no se había incorporado y, de todas formas, a nadie le importaba), ningún organismo ni institución oficial llevaba recuentos ni ofrecía datos.
“Da igual el precio que haya que pagar porque ya nos han golpeado mucho y han muerto muchos, no abandonaremos la calle hasta que Mubarak se vaya, no es posible dar marcha atrás”, aseguraban dos hombres de mediana edad, farmacéutico uno, ingeniero el otro. ¿Daba igual el precio? Horas después, al anochecer y al comenzar un nuevo toque de queda que, como el del viernes, nadie se preocupó por respetar, afloraban síntomas de que el precio, al final, sí podía ser importante.
La muchedumbre empezaba a degenerar en horas. Jóvenes que el día antes se habían enfrentado con la policía se adueñaban de la situación, provistos de palos, navajas y armas de fuego. Según la televisión Al Yazira, podían ser provocadores relacionados con las fuerzas de seguridad. Surgían grupos más o menos armados que decían estar dispuestos a defender sus familias y sus propiedades ante la amenaza de los otros grupos más o menos armados que se dedicaban al saqueo. Un 20% de la población egipcia vive con dos dólares al día. Eso da una idea de que el robo impune puede resultar tentador para muchos.
El desenlace de la revolución todavía era impredecible. ¿Ahora, qué? Esa era la gran pregunta sin respuesta. La de ayer fue una jornada peculiar, porque los sábados son semifestivos: el sector público trabaja, pero no el privado. Los funcionarios se quedaron en casa o en la calle. “Nos ha llamado el director y nos ha dicho que no fuéramos”, explicó un maestro que tomaba té y fumaba una pipa de agua en uno de los raros cafés abiertos. El domingo, sin embargo, es laborable. La televisión oficial anunció que la Bolsa, que no dejó de caer en los últimos días, los bancos y las universidades permanecerían hoy cerrados.
La paralización del país por un tiempo indefinido entrañaba una cierta ambivalencia: podía favorecer el ímpetu revolucionario y quebrar por completo la aparentemente frágil conexión de Mubarak con el poder real, pero también podía agravar el desorden y el miedo de las clases altas y medias y favorecer una contrarrevolución aún más rápida que la revolución misma.
Una cosa aparecía clara: a Mubarak no le habían abandonado sus aliados. EE UU, primero. El presidente Barak Obama reclamó reformas, no la caída del régimen, y fue significativo que Mubarak nombrara a Suleimán como vicepresidente tras conferenciar por teléfono con el inquilino de la Casa Blanca. Israel no dijo nada, pero no cabía dudar de que seguía prefiriendo a Mubarak (o a Suleimán) antes que cualquier otra opción. El presidente palestino, Mahmud Abbas, envió un mensaje de respaldo a “la estabilidad y el orden en Egipto”.
Suleimán, el nuevo hombre fuerte
- Nacido el 2 de julio de 1936 en Quena (sureste de Egipto), se enroló en el Ejército en 1954. Recibió entrenamiento adicional en la Academia rusa de Frunze, en Moscú.
- Participó en la guerra de Yemen en 1962 y en los conflictos contra Israel de 1967 (guerra de los Seis Días) y 1973 (guerra del Yom Kippur).
- Tras estudiar Ciencias Políticas en la Universidad de El Cairo, se convirtió en 1993 en director de los Servicios de Inteligencia (EGIS, en sus siglas en inglés).
- Este puesto le ha permitido jugar un papel fundamental en las relaciones diplomáticas de la región, incluyendo las negociaciones con Israel y con su principal aliado, Estados Unidos.
- Según la revista Foreign Policy, es el jefe de inteligencia más poderoso de Oriente Próximo, incluso por delante del máximo mando del Mosad israelí.
- Ha sido el arquitecto de la desintegración de los grupos islamistas que lideraron el alzamiento contra el Estado en los noventa. Es responsable de los archivos de política de seguridad.
- Participó en la guerra de Yemen en 1962 y en los conflictos contra Israel de 1967 (guerra de los Seis Días) y 1973 (guerra del Yom Kippur).
- Tras estudiar Ciencias Políticas en la Universidad de El Cairo, se convirtió en 1993 en director de los Servicios de Inteligencia (EGIS, en sus siglas en inglés).
- Este puesto le ha permitido jugar un papel fundamental en las relaciones diplomáticas de la región, incluyendo las negociaciones con Israel y con su principal aliado, Estados Unidos.
- Según la revista Foreign Policy, es el jefe de inteligencia más poderoso de Oriente Próximo, incluso por delante del máximo mando del Mosad israelí.
- Ha sido el arquitecto de la desintegración de los grupos islamistas que lideraron el alzamiento contra el Estado en los noventa. Es responsable de los archivos de política de seguridad.
Por noticias-alternativas.redacción Publicado en: portada Comunidad: Beautiful World
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