Antisistemas del Mayo del 2011
A los acampados por una Democracia Real se les ha empezado a tildar de antisistema, que es uno de esos términos cuyo significado se ha retorcido hasta vincularlo a la violencia como sinónimo de vandalismo.
Un antisistema puede ser un rebelde que siente repugnancia de que se hayan dedicado 1,3 billones de dólares a salvar a los bancos de la quiebra cuando menos de un décima parte habría sido suficiente para acabar con el hambre en el mundo, o simplemente alguien que se oponga a esta espiral de producción-consumo que está esquilmando al planeta.
Los antisistema no se oponen a todos los sistemas sino sólo al imperante; al contrario, creen que es posible otro sistema más justo, donde no paguen todos por los desmanes de unos pocos.
A los antisistema no se les distingue por la calle ni tienen como oficio la quema de contenedores.
De hecho, la inmensa mayoría usa las papeleras. Pueden peinarse a lo punki o con la raya al lado, pueden llevar camiseta o traje, deportivas o Martinelli, mochila o maletín.
Pueden ser estudiantes o profesores, activos o parados, propietarios o inquilinos, solteros o casados, heteros o gays. Y desde luego, no tiene por qué asociarse en tribus ni colocarse en los fondos de los estadios de fútbol y patear a los contrarios a la salida.
No deja de ser curioso que algunos políticos, especialmente aquellos que utilizan la expresión como un insulto, tengan a menudo comportamientos que socavan el sistema que dicen defender.
¿No es antisistema cuestionar la legitimidad del Tribunal Constitucional o sus sentencias?
¿No es ir contra el sistema votar en la oposición lo contrario a lo que se haría en el Gobierno?
¿Y tapar la corrupción?
Si los que proclaman un día sí y otro no que el país está al borde del precipicio no son antisistema, serán prosistema pero con muy mala leche.
Entre el Mayo del 68 y el de éste 2011 hay grandes diferencias, pero también similitudes.
Como entonces, hay una crisis insoportable, revoluciones en marcha y guerras a las que oponerse.
Lo que se pide ahora no es que la imaginación llegue al poder; bastaría con que lo hiciera el sentido común.
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